jueves, 10 de septiembre de 2015

Espejismos Ideológicos en el Desierto del Sáhara

(Luis Aguero Wagner)  Nos cuenta la ciencia que en los desiertos tropicales, el aire en contacto con el suelo tórrido se calienta y su densidad varía de tal manera que, contrario a lo usual, el aire más frío se mantiene encima del más caliente, el cual fue calentado por la radiación reflejada por el suelo. Esto crea una densidad desigual en el aire que le otorga varios índices de refracción.

Este fenómeno contribuye a que en el desierto y en otros escenarios, un objeto lejano como una palmera se reproduzca invertida y parezca reflejarse en una superficie líquida.

Algo parecido sucede con el Sáhara Occidental, territorio marroquí donde surgieron las dinastías que gobernaron al mismo imperio almorávide, constituido por una confederación de tribus bereberes que se prolonga hasta nuestros días en el actual Marruecos.

El espejismo tiene su equivalente político en la logomaquia, que también se origina en este caso en el desierto del Sáhara, dado que en la polémica se atiende más a las palabras que al fondo del asunto. 

Los espejismos ideológicos, que como falsos oasis se originan en el Sáhara, en lugar de originarse por densidad y temperatura del aire o distancia de visualización, tienen su etiología en la engañosa y perimida clasificación de estados africanos en “progresistas” y “reaccionarios” en razón de su alineamiento temporal con alguna de las dos superpotencias durante la guerra fría.

En el caso del Sáhara Occidental, bajo un burdo ropaje “progresista” al que son dados los mediocres, un hato de obsecuentes al discurso de las ONG que lucran con la tragedia de las tribus martirizadas en el desierto, insisten en la “justicia de la causa saharaui” con un entusiasmo digno de mejor causa.

Para ellos prolongar el sufrimiento para seguir lucrando con la ayuda internacional, y eternizar en el tiempo con nuevas vertientes, los planes del dictador Francisco Franco de convertir al Sáhara Occidental en un estado satélite de Madrid, es un buen ejemplo de progresismo.

Se valen para ello de unas repetitivas opiniones prefabricadas y frases hechas, sancionadas por un supuesto asenso común, que hacen circular como moneda contante y sonante valiéndose del poco análisis que se les dedican, y el escaso interés en ponerlo en tela de juicio.

A ello se añade el desconocimiento flagrante de las realidades históricas, políticas y humanas del África del que hacen gala los españoles, con su jefe de estado Mariano Rajoy a la cabeza, que ganó notoriedad internacional por su desconocimiento del mapa político africano. 

España, ajena a razones geográficas e históricas y a la ecuanimidad como lo demuestra su ocupación de Ceuta, Melilla o las Chafarinas mientras reclama Gibraltar, ha decidido pasar por alto los cien años de tenaz lucha de los nacionalistas marroquíes contra la intervención colonialista europea. 

Al irremediable prejuicio anti-moro parecen sumar el resentimiento por haber sufrido la peor humillación militar de su historia precisamente en Marruecos, en tiempos de Abdelkrim y la guerra del Riff.

También prefieren olvidar, porque cree que es fácil, que ese vecino africano que muchos desdeñan ha sido desde siempre mucho más culto, tanto que pudo regalarles un pedazo de su cultura en las maravillas que hoy se erigen como lo mejor del Al Andalus, desde los tiempos en que ese pedazo de territorio que hoy llaman España era conocido en el orbe como califato omeya de Córdoba.

Vale recordar, en fin, a estos “progresistas” el precepto de Gramsci según el cual la verdad, por cruda y desagradable que sea, siempre es revolucionaria. Y que en el Sáhara, como en todo desierto, es fácil dejarse engañar por los espejismos.


Progresismo de utilería

Lo cierto es que muchas de las ideas que sostiene el supuesto progresismo que denosta cotidianamente contra Marruecos son tan reaccionarias que no resisten el menor análisis.

Escribió el premio Cervantes Juan Goytisolo que la cuestión del Sahara confronta dos principios opuestos, el de la intangibilidad de las fronteras trazadas por el colonialismo y que está defendido por Argelia, y el de la reconstitución del estado histórico desmembrado por la intervención europea, defendido por Marruecos.

El dogma de la· intangibilidad de las fronteras africanas, avalado por razones de puro pragmatismo -en la medida en que su desaparición significaría abrir la caja de Pandora de los conflictos raciales y tribales que con mayor o menor virulencia afectan a la casi totalidad de los países del continente- es manejado sobre todo por aquellos países que como Argelia o Zaire salieron beneficiados por el trazado con tiralíneas de unos límites territoriales que no tomaban en cuenta las realidades étnicas, sociales y culturales de sus habitantes.

Aplicado a Marruecos al pie de la letra, dicho principio habría originado en cambio la creación de varias entidades estatales: .un Estado marroquí, ·un Estado rifeño, un Estado libre de Tánger, un Estado de Sidi-Ifni, un Estado de Tarfaya y un Estado saharaui.

El lúcido intelectual magrebí Abadellah Laroui, citado por Goytisolo, señaló en su libro titulado “Los orígenes sociales y culturales del nacionalismo marroquí” que el colonialismo es el único responsable del estallido de las fronteras africanas.

Como lo sabe todo el mundo, Europa despedazó las naciones de África en función de sus propios intereses. Ser progresista, pues, debería ser recrear las fronteras africanas previas sin atenerse a las impuestas por la presencia colonial.

Por nuestra parte, ya habíamos señalada anteriormente el absurdo que los límites coloniales impuestos al desierto del Sahara ayer, por los conquistadores y esclavistas europeos, tengan que ser hoy respetados por países independientes como pretenden las raíces intelectuales de los argumentos “saharauis”. Si esto fuera lo razonable, en Sudamérica no deberían existir países como Paraguay, Uruguay o Bolivia, que deberían anexarse a la Argentina, pues todos ellos integraban el Virreinato del Rìo de la Plata en tiempos que eran dominios de España.

Debe admitirse que no sólo las potencias coloniales pretendieron dibujar fronteras en función de sus intereses, también el gobierno argelino de Boumedián. Este desea para su país una salida Atlántica, señalaba Goytisolo ya a fines de la década iniciada en 1970 y además completar el cerco en torno a Marruecos.

El supuesto “progresismo” con el cual busca Argelia apoyo para el Polisario queda así, una vez más desenmascarado.

Cuando Argel sostiene el principio ético jurídico de la autodeterminación del pueblo saharaui, lo hace amparándose en el mucho menos noble y más realista y bastardo respeto a las fronteras trazadsa por el imperialismo colonizador. Aparte del caso del Sahara Occidental, nos recuerda la historia reciente, la diplomacia argelina no se ha mostrado jamás favorable a las aspiraciones de minorías oprimidas: condenó la secesión de Biafra, denunció el separatismo de Cabinda, e incluso apoyó a Addis Abeda contra los movimientos independentistas eritreos cuando que tenían bases étnicas, lingüísticas, religiosas y culturales infinitamente más razonables que aquella que invoca el separatismo “saharaui”.

Dijo Aristóteles que no se puede ser y no ser algo, al mismo tiempo y bajo el mismo aspecto. Deberían recordarlo aquellos que se dicen progresistas, y basan sus argumentos en las fronteras impuestas por las potencias opresoras del pasado, y perpetúan el sufrimiento de los pueblos del Sahara con el único objetivo de convertir en negocio la ayuda humanitaria.

Un paradigma del sofisma ideológico

Olvidando que la verdadera nobleza es no permitir que los demás sufran por nosotros, los beneficiarios de este absurdo conflicto inventado en medio del desierto se empeñan en perpetuar el sufrimiento de los pueblos del Sahara, proveyéndole además un falso sustento ideológico.

Los principales falsificadores ideológicos en cuestión se encuentran aglutinados en el llamado Frente Polisario, creado el 20 de mayo de 1973 en Tinduf, con ayuda y protección de Argelia. En verdad, este grupo jamás se abocó a combatir al colonialismo español, por lo cual siempre fue tolerado por las autoridades fascistas del régimen franquista. Curioso movimiento independentista, su “lucha” no se centraba en combatir a los invasores europeos de su territorio sino al “anexionismo” marroquí.

Gracias a la formación política de los instructores argelinos, sus miembros centraban la propaganda en el carácter «reaccionario» de Marruecos y la índole progresista» de Argelia; exponían -siguiendo la pauta del Gobierno franquista- las ventajas económicas y políticas que la independencia otorgaría al país y prometían el apoyo fraternal de Argel " en caso de «agresión» marroquí. Sus lemas y consignas resultaban, sin duda, más atractivos que los del PUNS v actuaban sobre un terreno abonado: el de la tenaz propaganda antimarroquí, orquestada, con todos los medios, por la Administración española.

Es bien conocido que la mayoría de las ONG que apoyan al Polisario invocan la causa del Sahara Occidental para recibir fondos, embolsan fuertes sumas en dólares pagadas por el petróleo argelino. Sin embargo, Argelia no ha tenido la misma vocación altruista con otros conflictos en la misma región.

Aparte del caso del Sahara Occidental, nos recuerda la historia reciente, la diplomacia argelina no se ha mostrado jamás favorable a las aspiraciones de minorías oprimidas: condenó la secesión de Biafra, denunció el separatismo de Cabinda, e incluso apoyó a Addis Abeda contra los movimientos independentistas eritreos cuando que tenían bases étnicas, lingüísticas, religiosas y culturales infinitamente más razonables que aquella que invoca el separatismo “saharaui”.

Todavía más doloroso podría ser para ciertos “progresistas” españoles, que desde sus ONG se llenan el estómago y los bolsillos con tragedias como las de los pueblos del Sahara, acabar descubiertos ante la opinión pública como simples continuadores de los planes de su caudillo fascista, Francisco Franco.

El premio Cervantes Goytisolo recuerda que tras los últimos fusilamientos del franquismo, el de cinco militantes revolucionarios españoles el 27 de septiembre de 1975 en las ciudades españolas de Madrid, Barcelona y Burgos, los únicos países del mundo que se negaron a condenar los hechos fueron el Chile de Pinochet y la Argelia de Boumedian.

En aquella grave crisis fueron ejecutadas por fusilamiento cinco personas: tres militantes del FRAP, José Humberto Baena, José Luis Sánchez Bravo y Ramón García Sanz, y dos militantes de ETA político-militar, Juan Paredes Manot (Txiki) y Ángel Otaegui. Estas ejecuciones levantaron una ola de indignación contra el gobierno de España en todo el mundo, menos en la “progresista” Argelia.

Es que al decir de un filósofo, la ideología tiene que ver directamente con el encubrimiento de la verdad de los hechos, con el uso del lenguaje para ofuscar u opacar la realidad al mismo tiempo que nos vuelve "miopes".

Escribió Carl Levi Strauss que nada se parece más al pensamiento mítico del hombre que la ideología política. En el caso de la falsa ideología “progresista” creada para lucrar con la tragedia de los pueblos del Sahara Occidental, no queda otra que darle la razón.

El problema de las tribus

“Las virtudes del ave solitaria” es el nombre de un homenaje a Juan Goytisolo que se realizó en Marrakech, este 17 de Abril. El nombre no pudo ser más apropiado, dado que debido a su intransigencia en cuestiones de principios, el  Premio Cervantes de Literatura debió seguir muchas veces en soledad su camino por el mundo de las letras.

Para seguir una ruta solitaria se requiere no solo ser virtuoso, también tener mucho espíritu de sacrificio, por lo que cualquier homenaje que se le rinda será insuficiente.

Uno de los temas en los cuales Goytisolo nunca transigió fue precisamente el problema del Sahara, del que en 1979 realizó una radiografía aún no superada.

Vimos recientemente cómo los donantes europeos lamentaban la gigantesca malversación que realizan con sus aportes humanitarios, los miembros del Polisario y las autoridades de Argelia.

Lo que facilita esta malversación es la imposibilidad,ya notada por Goytisolo a fines de los 70, de establecer las diferencias raciales, lingüísticas, religiosas,económicas y sociales entre las poblaciones del Sahara Occidental y las del Sáhara argelino, el sur de Marruecos y norte de Mauritania y Malí.

Definitivamente, es imposible encontrar una entidad mínimamente diferenciada de los contornos geográfico-culturales que rodean el territorio “saharaui”.

Es que existen cuatro grandes tribus saharianas: Los erguibats, instalados no sólo en el Sáhara Occidental, sino también en el surde Marruecos, noreste de Mauritania y suroeste de Argelia, los tuaregs (en Mauritania y Argelia), los chaamba (en el sur de Argelia y Malí) y los tubús(en el Chad).

Si se decidiera crear un estado sólo de erguibats, que están repartidos en tres países, ello exigiría la modificación y nuevo trazado de las fronteras de todos los países del área. Ello es incompatible con el dogma que defienden quienes apoyan la “causa saharaui”, el de la intangibilidad de las fronteras coloniales africanas. Esta defensa es la que les impide aceptar que la reconquista del Sahara por Marruecos sólo fue la reconstitución parcial de unas fronteras que había mutilado el colonialismo.

Argelia ha intentado engañar al mundo haciendo pasar por refugiados del Sáhara Occidental no sólo a sus propios erguibats sino también a decenas de miles de tuaregs, chaambas y otros nómadas procedentes de Mali y aún de Níger (que abandonaron sus habituales zonas de pastoreo a consecuencia de la dramática sequía del Sahel).

Si alguien está pensando que el tribalismo pertenece al pasado en esas latitudes, tendría que revisar lo sucedido hace apenas dos años.

La rebelión tuareg de 2012 debería haber aleccionado a los europeos de la forma en que se desencadenan hechos sucesivos similares. En ese año, los tuareg declararon la guerra al gobierno de Malí en la región de Azawad, del Sáhara. La mala gestión de la crisis obligó la renuncia de presidente de Malí, pero los tuaregs no pudieron jamás tomar el poder dado que distintas facciones de los rebeldes se declararon entre sí una guerra que pronto devino en sangrienta, demostrando que el Frente Polisario había fracasado rotundamente en su intento de eliminar las tribus.

Lo había intentado el pacto de Unión Nacional de 1975 en Mauritania, promoviendo entre otras medidas los matrimonios intertribales.

Sin embargo, cuando en 1991 acabó la guerra en el desierto, y debía realizarse el referéndum, se hacían llamados a inscribirse nuevamente teniendo en cuenta las tribus. Pero el factor más gravitante fue, precisamente, la entrada en los campamentos del dinero de la ayuda internacional. Este flujo originó economías paralelas e informales, y fue profundizando las desigualdades sociales que antes eran casi imperceptibles. En ese contexto recobró importancia el sentido de pertenecer a una determinada tribu.

Escribió Sophie Caratini que los habitantes del desierto son "hijos del pasto estacional y de la nube portadora de lluvia".

Si incluimos en esa biodiversidad a los falsificadores de censos y malversadores de ayuda humanitaria, puede agregarse que también los engendra el fraude argelino en el Sahara Occidental.

Las tribus excluídas

Cuando lograron su independencia Marruecos, Mauritania y Argelia, las tribus saharauis decidieron que había llegado la hora de buscar su unidad como pueblo. Con un pacto de Unión Nacional, en 1975, intentaron abolir el tribalismo. Ello suponía grandes cambios en la organización social y económica, el poder debía ser transferido de viejos a jóvenes, debía abolirse la esclavitud, debían otorgarse derechos que las mujeres no gozaban, permitirse matrimonios intertribales. El proceso parecía marchar bien mientras hacían la guerra Marruecos y Mauritania, hasta que llegó la paz y el flujo de la ayuda humanitaria.

Apenas concluida la guerra de guerrillas que se desató por el control del Sahara Ocidental, entre Marruecos y el grupo pro-argelino Frente Polisario, la mentalidad tribal de los saharauis sufrió un nuevo impulso.

Uno de los factores de ese fenómeno fue la necesidad de organizar el censo para un referéndum sobre el territorio, para el cual se hacía llamados en la radio en función de tribus, por lo tanto la pertenencia tribal resurgió. También influyó la entrada del dinero en los campamentos, antes todo era cedido por la ayuda internacional, no habían desigualdades, pero con el regreso de los hombres que dejaron de hacer la guerra, con el permiso de salida de los campamentos, la gente comienza a entrar y salir, empezaron a aparecer pequeñas economías informales y, poco a poco, las desigualdades sociales.

Como el intento de suprimir tribus evidenció su fracaso, los dirigentes del Frente Polisario decidieron excluir aquellas tribus que a pesar de figurar en el censo elaborado en 1974 por los eapañoles, no eran funcionales a sus planes. Así decidieron privar de sus derechos a los ciudadanos miembros de las tribus de Ait Lahcen, Ait Baamaran, Ulad Bu Aita, Filala, Ait Lahcen, Yagut, Ulad Bu Sbaa, Ait Musa Ulad Ali, de Varias Tribus del Norte ( por ejemplo Ait Usa, Azuafit), Meyat, algunos de Cheikh Ahl Malainin, algunos de Ulad Delim, de Erguibat, de Izarguien etc.

Al mismo tiempo, decidieron incluir a tribus como la de Tendega, Ahl Berica-la, Idegob y otras del sur, en realidad originarias de Mauritania y que no habitaron nunca en ninguna de las provincias del Sahara Atlántico que estuvo bajo protectorado de España.

A lo largo del proceso de identificación para organizar el censo promovido por la comunidad internacional, el Polisario también promovió la xenofobia contra los grupos tribales que no le convenían, llamándolas tribus “contestatarias”.

El resultado fue una odiosa diferenciación entre ciudadanos de primera con derecho a ejercer su propia elección de autoridades y ciudadanos de segunda categoría despojados de ellos. Basta conocer esta realidad para entender la imposibilidad de elaborar padrones para realizar el referéndum de autodeterminación. Una parte sustancial de la población saharaui se vería impedida de participar en una consulta que concierne de forma decisiva a sus intereses.

La clave para comprender esta discriminación antidemocrática por parte del Frente Poliario y los argelinos radica en saber que las tribus excluidas son saharauis pero al mismo tiempo se sienten ciudadanos marroquíes de pleno derecho, dado que pertenecen a un territorio que desde tiempos inmemoriales ha sido considerado marroquí. De allí habían surgido varias dinastías de sultanes que habían gobernado al Marruecos almorávide, y esta autoridad había estado fuera de discusión por tanto tiempo que no había duda razonable.

Muy a pesar de los grupos pro-argelinos, muchos saharauis se han solidarizado con sus conciudadanos exigiendo su inclusión y expresaron su rechazo a participar en cualquier consulta en la que no estarían incluidos todos u cada uno de los saharauis excluidos por el frente Polisario. Una situación que por lógica hace inviable la celebración de un referéndum se da si se rechaza sin fundamento la inclusión de ciudadanos saharauis de pleno derecho por razones políticas discriminatorias.

Esta realidad es más que suficiente para entender que el único camino para el Sahara Occidental es un estatuto de autonomía, a través del cual los saharauis podrían gestionar sus propios asuntos regionales y obtener grandes ventajas. Por supuesto, sería el fin del lucro antisocial para los grupos que se benefician del actual status quo, y que al mismo tiempo que promueven la desinformación, lo mantienen exigiendo condiciones inaceptables aún al costo de una guerra de la que hablan tranquilamente.

El Dictador del Sáhara Occidental

Decía un sociólogo que la causa “saharaui” es un invento español, y la toma de partido de la justicia española en la controversia que sostiene Argelia con Marruecos respecto al Sahara es una prueba. 

Como ejemplo, el juez de la Audiencia Nacional Pablo Ruz se declaró hace un tiempo competente para juzgar a militares marroquíes basándose en la nacionalidad española que el caudillo de España por la gracia de Dios, Francisco Franco Bahamonde, y su presidente de gobierno Carrero Blanco, primer devoto del Opus Dei ascendido a los cielos en cuerpo y alma merced a una bomba de ETA, confirieron a los habitantes de la entonces provincia española del Sahara Occidental.

La historia recuerda cómo el dictador Oliveira Salazar convirtió en provincias portuguesas a sus colonias, y en ciudadanos portugueses de pura cepa a los habitantes de Angola, Mozambique, Macao en China y Goa, Damao y Diu en la India.

Buscando no ser menos, el almirante Carrero Blanco hizo provincia española de la colonia del Sáhara Occidental y, al estilo de un nuevo emperador Caracalla, distribuyó documentos de identidad españoles entre los “saharauis” del desierto. 

Dicen que en las cortes franquistas aparecía estos “españoles” del Sahara vistiendo sus túnicas, como si fueran visitantes del ficticio planeta Tatooine, inspirado en la no muy lejana ciudad tunecina de Tataouine.

La extravagante decisión del juez Ruz, como es costumbre, desató una fuerte campaña de los partidarios del “Sahara Libre” en todos los medios informativos a su alcance. Ya en 1979 el premio Cervantes Juan Goytisolo había escrito, en su ensayo “El Problema del Sahara” y con mucha razón, que la única victoria posible para los “saharauis” era la informativa.

La maniobra no tiene nada que ver con la soberanía marroquí sobre esa porción del Sahara, donde nacieron varias dinastías que gobernaron el Marruecos almorávide, y que por siglos estuvo bajo jurisdicción del sultán de Marruecos.

Una es la cuestión de Derechos Humanos, que puede sensibilizar a cualquiera, y otra muy diferente la soberanía de un territorio, que debemos suponer que ubican en el mapa los españoles que obtuvieron mejores calificaciones en geografía que Mariano Rajoy. La realidad histórica nos dice que los derechos humanos siempre se han violado alegando razones de estado.

En el afán de satisfacer el afán propagandístico de los partidarios de la “lucha saharaui”, nuestro héroe el juez Ruz está legitimando y dando por válida, la postrera maniobra de Carrero Blanco, que no era otra cosa que uno de los últimos estertores del régimen franquista. 

Curiosamente, este juez ha sido conocido como el “sustito de Garzón”, quien no pudo juzgar atrocidades de la dictadura de Franco. Tal vez con más suerte, Ruz ahora trata de juzgar a militares marroquíes dando legitimidad a las acrobacias de una agonizante dictadura, que puso poco después los pies en polvorosa, para huir cobardemente abandonando el Sahara a los moros.

Nobleza obliga reconocer que ni la república perdida por los españoles ante el fascismo, ni la dictadura fanquista, respetaron jamás derechos humanos en el Marruecos que el juez Ruz intenta ahora convertir en el villano de la historia.

Los obreros y campesinos del Rif o la Xebala no podían exponer sus ideales de libertad e independencia, y no tenían siquiera, ni bajo la égida de la presunta república española ni bajo el régimen falangista, derecho a sindicalizarse. Pero hoy esos principios son agitados en España, para colmo usando como pretexto una de las últimas y más torpes decisiones de la dictadura de Franco. 

Si Ruz quisiera hurgar en esta historia, podría ocuparse de los últimos fusilamientos del franquismo, el 27 de septiembre de 1975, y el silencio cómplice de las autoridades argelinas al respecto que destaca en su libro Goytisolo. 

Si aquello pudiera alguna vez clarificarse, una oprobiosa historia de colonialismo y opresión en el Sahara Occidental quedaría saldada.

La república perdida por la izquierda española


Con frecuencia los  españoles olvidan uno de los capítulos más infames de su propia historia imperialista: la intervención político-militar española en Marruecos, que ha sido calificada, con razón, por un buen historiador de la misma, de «una de las más absurdas y criminales acciones coloniales de la historia mundial de la opresión de los pueblos».

A propósito escribió el comunista español Miguel Martín, describiendo despiadadamente la política de los colonialistas, para quienes Marruecos era “un zoco, un mercado de ascensos y recompensas, medallas y cruces”, y no solo para los militares “africanos” sino también para los partidos políticos republicanos, especialmente aquellos que representaban a la clase obrera, desde el 14 de abril de 1931 hasta la victoria de Franco”. La posición de muchos sectores políticos de izquierda que siguen buscando sacar rédito político prolongando el conflicto del Sahara, confirma que en gran parte, Marruecos sigue siendo lo que era en la década de 1930 para muchos españoles. 

La realidad sobrepasa la imaginación: En los programas electorales de gobierno elaborados por el PSOE y el PC durante la república no figuraba, por ejemplo~ la menor referencia a las reivindicaciones nacionales y sociales del pueblo que la democracia española decía proteger.

Los obreros y campesinos del Rif o la Xebala no podían exponer sus ideales de libertad e independencia, y no tenían siquiera, bajo la égida de la presunta «República de trabajadores», derecho a sindicalizarse. Más significativo aún: ambos partidos marxistas no admitían en sus filas a ningún marroquí, y dicha segregación aberrante se mantuvo, según Martín, en lo que concierne al PC, durante los primeros diez años del franquismo, por más que la lógica y el simple sentido común reclamaran con urgencia la unificación de todas las fuerzas populares.

Con el levantamiento militar de Franco, los partidos marxistas, en vez de concretar y dar cuerpo a la alianza objetiva existente entre las fuerzas democráticas españolas y• los nacionalistas marroquíes, se lanzaron a una propaganda chovinista, abiertamente racista, que no distinguía entre manipuladores y manipulados y ponía a todo el pueblo marroquí en el mismo saco.

Goytisolo también cita que una propuesta de sublevar el Rif contra el Ejército de Franco a cambio de una promesa formal de independencia, fue inexplicablemente rechazada por el bando republicano durante la guerra civil, cuando que podría haber salvado la república.

El internacionalismo proletario podía esperar. «Dos pueblos oprimidos han favorecido a la opresión con su separación. El final no podía ser otro.» dice Goytisolo a manera de moraleja.

Con el agua al cuello y a punto de ahogarse los partidos de izquierda de la República, ignoraron aún las reivindicaciones legítimas de Marruecos. Ello mientas Franco ofrecía toda clase de promesas y facilidades a los nacionalistas y canalizaba hábilmente el resentimiento popular contra los atropellos y violaciones de los derechos humanos .llevados a cabo en nombre de la República.

Un marxista-leninista como Largo Caballero denunciaba en las Cortes que al conceder la libertad a los marroquís, Franco violaba los acuerdos internacionales que garantizaban la existencia del Protectorado. Durante dieciocho meses -el tiempo necesario para movilizar en su favor a la masa marroquí-, la zona del Protectorado español se convirtió en el mejor refugio y centro de propaganda nacionalista del mundo' árabe. Goytisolo lamenta, repasando esta historia, que la izquierda española sea incapaz de aprender de sus errores del pasado y reincida en los mismos. 


El resultado es conocido, los pueblos que no reflexionan sobre su propia historia están condenados a repetirla.


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