El
16 de octubre de 1975, el Tribunal Internacional de Justicia de la Haya
dictaminó que al momento de la llegada de los españoles al Sáhara, fijado en
1884, el territorio hoy conocido como Sahara Occidental no era una tierra de
nadie, sino que estaba habitado por tribus organizadas que tenían sus propias
autoridades.
El
fallo también reconocía que el Sultán de Marruecos ejercía autoridad sobre
estas tribus que ejercían su nomadismo por este territorio.
Hubiera
sido absurdo desconocerlo, tanto como desconocer que alguna vez existió un
imperio marroquí denominado imperio almorávide, gestado por una confederación
de estas tribus.
Fundado
por una confederación de tribus bereberes del Sahara, este imperio extendió su
dominio a lo que hoy es España, controlando ambas riberas. Iba desde el valle
del Ebro hasta la Mauritania actual (siglos XI y XII)
Varias
dinastías de sultanes que gobernaron Marruecos en aquel tiempo surgieron del
territorio conocido hoy como Sahara Occidental. A pesar de ello, algunos
pretenden dudar de su marroquinidad.
Fue
con estos argumentos que el rey Hassan II decidió recuperar su desierto a fines
del año 1975, ante las vacilaciones de la España paralizada por la agonía del
dictador Francisco Franco.
Poco
antes de la retirada española, en 1973, un grupo de militantes saharauis habían
fundado el Frente Popular de Liberación de Seguía del Hambra y Rio de Oro
(Frente Polisario), con un programa socialista y panárabe, y proclamando como
modelo al de la revolución argelina. En la perspectiva actual, estas opciones
ideológicas fueron determinantes para que ningún gobierno occidental poderoso
se mostrara dispuesto a apoyar la independencia de un nuevo estado frágil y
potencialmente hostil.
Vale
decir, los mismos militantes que crearon dicho frente fueron así los
arquitectos de su propio destino, vistiéndose de marginales ante la misma
comunidad internacional a la que hoy reprochan su indiferencia.
Paralelamente,
bajo el influjo de los espejismos ideológicos gestados por irradiación de las
dos superpotencias que se disputaban entonces la supremacía mundial, Estados
Unidos y la Unión Soviética, se fabricó el mito de que Marruecos era
instrumentado por Washington para imponerse en el Sáhara.
Creer
esta versión también implica una aguda ignorancia de la verdadera historia. La
amistad entre Marruecos y Estados Unidos es mucho más longeva que el conflicto
del Sáhara Occidental.
En
marzo de 1963 el rey Hassan fue homenajeado en Washington por John Kennedy, allí
el presidente de Estados Unidos recordó en su discurso que Marruecos "fue
el primer país del mundo en reconocer la independencia de los Estados Unidos en
los días más difíciles de nuestra revolución"...
Kennedy
desempolvó la carta de George Washington para el Sultán Mohammed III en 1789,
donde el general norteamericano agradecía "por la ayuda temprana de
Marruecos a la nueva nación (EEUU)" También elogió aquel” Tratado de
Amistad y Paz “, ahora el tratado más antiguo de su tipo en EE.UU".
Por
lo tanto, Marruecos no solo fue el primer país en reconocer a los Estados
Unidos como una nación independiente en el año 1777, también el primero en
suscribir un tratado de amistad con él. Este Tratado es considerado como el más
antiguo tratado de su género en los Estados Unidos, y está firmado por John
Adams y Thomas Jefferson, y ha estado en continuo efecto desde 1783
Para
mayores precisiones, la primera propiedad de la que Estados Unidos fue dueña
fuera de su propio territorio en Norteamérica, fue precisamente su antiguo
consulado en Tánger, otorgado por el Sultán Mulay Sulayman en 1820.
Vale
decir, la historia desmiente de manera categórica que el problema del Sahara
fue utilizado por Washington para intervenir en el desierto, dado que los lazos
entre Marruecos y EEUU se remontan a los tiempos del general George Washinton y
el sultan Mohamed III.
El fantasma de España
En
noviembre de 1975, dicen las crónicas, los perdonavidas que integraban el
pundonoroso ejército franquista del caudillo de España por la gracia de Dios
Francisco Franco, magnánimamente, evitaron un baño de sangre en el desierto del
Sáhara.
De
haberse producido la frustrada matanza, las víctimas hubieran sido millares de
marroquís indefensos, que participaban entusiastamente de la “Marcha Verde” o
recuperación pacífica de su ancestral territorio hoy conocido como Sáhara
Occidental.
La
entrega del territorio por parte de las autoridades españolas, en medio del
generalizado desconcierto que generaba la agonía del generalísimo, de forma
súbita y sin explicaciones, luego de múltiples promesas solemnes de hacer lo
contrario, disparó una justificada indignación en muchos españoles.
Los
españoles se habían presentado mucho tiempo como los protectores de la
población saharaui contra la voluntad agresiva de Marruecos, y al iniciarse la
marcha verde habían acusado al rey Hassan II de haber iniciado un vasto plan de
genocidio.
Sin
embargo en aquellos días de noviembre del año 75, los presuntos defensores del
pueblo saharaui desarmaron de la noche a la mañana sus fuerzas y anunciaron la
entrega del territorio a los vilipendiados “agresores” marroquís.
Los
protegidos del régimen franquista a quienes el mismo Carrero Blanco había
convertido en ciudadanos españoles, la población saharaui, vieron horrorizados
cómo los abandonaban sus gallardos protectores, poniendo los pies en polvorosa
y entregando sin disparar un tiro el Sáhara a los moros. Algunos huyeron
despavoridos ante la llegada de las supuestas hordas invasoras.
La
agonía de Franco, un fallo ambiguo del tribunal de La Haya y la popularidad de
la marcha sobre el desierto habían precipitado los acontecimientos. Ante la
inmensa movilización, los españoles encuentran el fruto a sus décadas de
errores, dilaciones, quimeras, autoengaño. El fracaso no podía ser más
bochornoso y rotundo.
Habían
intentado perpetuar su dominación colonial, inventando un territorio que
buscaban convertir en estado y luego dilataron hasta el extremo el problema.
Se
habían negado a reconocer las realidades sociales, económicas y políticas de la
región. Habían subestimado al sentimiento nacional marroquí, creyendo que este
pueblo aceptaría dócilmente la creación de una entidad estatal en el Sáhara, un
territorio que consideraban suyo simplemente porque lo había sido por tanto
tiempo que no había duda razonable al respecto.
Era,
al decir de Juan Goytisolo, un atolladero en que se había metido el régimen de
Franco y del que saldría de forma poco airosa.
Como
los colonialistas ingleses hicieron con Palestina, los alquimistas del
franquismo, que jugaban a dibujar el mapa del África, inventaron un problema
artificial cuyos efectos se prolongaron más allá de su poco decorosa retirada.
Sin la obstinación de Franco de convertirse en protector del saharaui, Argelia
no podría considerarse hasta hoy su heredera y prolongar el conflicto a través
de sus marionetas del Frente Polisario.
La
pregunta que se impone es: ¿Puede ser descolonizado un territorio cuando los
colonialistas que lo habían colonizado ya se han ausentado?
La pesada herencia del
caudillo
En
abril de 1963, el rey Hassan II de Marruecos, impulsado por las necesidades
políticas coyunturales que imponían las primeras elecciones que celebraría su
país tras la independencia, consideró que era el momento de negociar con España
para recuperar el Sahara Occidental marroquí.
Para
el efecto, llamó al embajador español en Rabat, Manuel Aznar, y le pidió llevar
un mensaje al caudillo español Francisco Franco. En el archivo del ministro
Fernando María Castiella, conservado en la Real Academia de la Historia, se
encuentra la transcripción íntegra de la entrevista.
Aunque
hablar del tema se imponía y hubiera ahorrado una pesada herencia española en
el Sahara Occidental, los relojes habían parado en Madrid. Como buen
retardatario, el dictador decidió que aún no había llegado la hora para España.
El
monarca marroquí había hecho una argumentación simple pero lógica. Marruecos
era un país que con el tema del Sahara resuelto se convertiría en un aliado
seguro y estable para España.
En
su argumentación el rey Hassan también mencionaba como riesgo una vertiente de
la realidad que los latinoamericanos conocen muy bien: La inestabilidad propia
de países pequeños y presionables, para decirlo con palabras del rey “paisitos,
estados fantoches, como ya se ha hecho en distintos lugares del Africa”. Estos
“paisitos” por lo general son un invento que terminan sirviendo a oligarquías
portuarias y burguesías intermediarias, como ha sucedido por mucho tiempo con
países pequeños en Latinoamérica.
Hassan
también observó en sus apreciaciones que no era prudente para España ignorar
los aires descolonizadores que corrían por el mundo y perpetuar el dominio
colonial sin inmutarse.
Ignorante
del casi insuperable enredo que crearía con su actitud, Franco desestimó las
propuestas del visionario rey de Marruecos.
Dicen
las crónicas que Hassan II no se dio por vencido, y realizó un segundo intento
en el verano del mismo año 1963. A pesar de la cordialidad de la nueva
entrevista en Barajas, el acuerdo para devolver el Sahara de donde habían
surgido varias dinastías que gobernaron Marruecos jamás se logró.
Como
entonces aún no existía el Frente Polisario, ni el libreto asignado a éste por
Argelia, la cesión negociada del Sahara a Marruecos hubiera pasado con
normalidad en las Naciones Unidas como una salida legítima de descolonización.
Pronto
ese momento de la historia en que el Sahara pudo ser marroquí sin mayores
traumas ni objeciones por parte de la comunidad internacional, como sucede con
casi todas las oportunidades perdidas, se iría para siempre.
A
fines de septiembre de 1963, se agravó la disputa por los “confines
argelino-marroquíes” que Francia había arrebatado a Marruecos para incorporar a
Argelia. Fue la guerra de las Arenas, entre Marruecos y Argelia, dolorosa
guerra entre hermanos generada por la nobleza del soberano marroquí, que se
había negado a negociar sus fronteras originales con De Gaulle en solidaridad
con Argel.
Esa
guerra sería el punto de partida del perdurable desencuentro histórico entre
Argelia y Marruecos, que hizo que el diálogo y las fronteras entre ambos países
se cierren.
Dice
un proverbio árabe que hay cuatro cosas que nunca vuelven: una bala disparada,
una palabra hablada, un tiempo pasado y una ocasión desaprovechada. Todas ellas
y de una sola vez se fueron para España y Marruecos en aquel abril de 1963,
dejando a la posteridad la pesada herencia del caudillo en el Sahara
Occidental.
La historia da derecho
A diferencia de la historia próxima, que podría confundir al lector, la historia más remota de la región del Sáhara Occidental no deja lugar a dudas sobre la legitimidad de la reivindicación marroquí.
Es conocido por los historiadores que bajo el reinado de los saadíes (1554-1650), Marruecos dominó completamente tanto el Sahara occidental como el cinturón del río Níger. Entre los siglos XVI y XVIII la autoridad marroquí se extendió por ambas márgenes de ese río..
En esos tiempos, tanto en Gao como en Timbuktu, las plegarias de los días viernes se realizaban bajo la supervisión del sultán marroquí, en evidencia de la autoridad que tenía Marruecos sobre dichos dominios.
Hacia 1700, fue el sultán marroquí Moulay lsmail quien designó a los gobernadores de Touat y Teghaza, y al emir de Trarza quien era uno de sus vasallos. Hacia finales del siglo XVIII la investidura de este emir seguía bajo la responsabilidad del sultán marroquí.
En las orillas del Rio Niger, todavía hoy, comunidades asentadas en sus orillas se refieren al Rey de Marruecos como su "Emir El Mouminim" en árabe: أمير المؤمنين, ...en español "príncipe" o "comendador de los creyentes". Este título, que en su momento fue disputado por el emperador otomano, significa que para esa gente el rey de Marruecos sigue siendo la máxima autoridad religiosa. El título había sido utilizado por los sultanes almorávides, reemplazando el título de Califa.
Varias dinastías de sultanes que gobernaron Marruecos en aquel tiempo surgieron del territorio conocido hoy como Sahara Occidental, las mismas tierras a las que hoy los herederos de su autoridad llevan la democracia.
Las potencias coloniales aprovecharon la realidad que en el siglo XIX Marruecos había ingresado en un período de decadencia, y el poder de sus monarcas se encontraba debilitado. Francia sacó ventaja de esta situación; tomó parte del Sahara marroquí y lo anexó a Argelia. En los comienzos del siglo XX, esta tendencia se intensificó y España capturó todo el sur de Marruecos, desde Tarfaya en el norte hasta el territorio francés de Mauritania en el sur.
El 16 de octubre de 1975 la Corte Internacional de Justicia reconoció que en 1884, año en que España comenzó a mostrar interés en esta región, ella no era terra nullius y que las tribus que la habitaban guardaban lazos de lealtad hacia el monarca marroquí. Los distintos poderes europeos reconocían implícitamente esa lealtad hacia Marruecos cuando solicitaban regularmente a las autoridades marroquíes su intervención en casos de marineros náufragos o viajantes hechos prisiones por las tribus locales. En 1889, por ejemplo, siete proyectistas alemanes fueron secuestrados por una tribu nómada en Saquia al Hamra y el sultán marroquí intervino para liberarlos, prueba de la autoridad efectiva que se extendía más allá del río Draar.. El 20 de noviembre de 1961 se suscribió un acuerdo comercial entre Marruecos y España en la ciudad de Madrid. El artículo 38 de dicho tratado prescribe que: “Si un barco español encallara en las costas de Oued Noun u otro punto de la costa, el sultán de Marruecos utilizará su poder para salvarlo y proteger al capitán y su tripulación hasta su vuelta a su país [...]. Los gobernadores del Rey de Marruecos, de hecho, asistirán en sus esfuerzos al Cónsul General de España, al Cónsul y Vicecónsul, al Agente Consular o sus delegados, de acuerdo a las leyes de amistad.”
En el pasado se han firmado muchos acuerdos bilaterales y, en particular, el de 1799 cuyos términos permitieron a España obtener ayuda del sultán para proteger a las tripulaciones que abandonaban las naves en parte de la costa de Oued Noun y “más allá”. Gracias a este tratado, España reconoció que toda la costa occidental del Sahara dependía de Marruecos en virtud de solicitar al estado marroquí garantizar la seguridad de las víctimas de los naufragios que pudiera alcanzar esas costas.
Muchas veces, los derechos de Marruecos aparecieron en las mismas disputas intercoloniales. Por ejemplo, el oponerse a la presencia francesa en Saquia el Hamra y Oued ed Dahab, Londres justificó su oposición al interponer el argumento que toda esa región pertenecía Marruecos.
Marruecos y el Sáhara, una vieja unidad
Si las poblaciones del Sahara se presentan a menudo como nómadas navegando sin descanso los vastos territorios del Sahara , también a veces se olvidan de que algunos elementos de estas tribus se convirtieron en sedentarios. Así, " muchos saharauis se han asentado en las ciudades costeras de Marruecos y ksours del Centro y del Norte. Barrios enteros de Fez , Meknes , Marrakech y Taroudant están colmados de hogares tuaregs " .
Marruecos es así habitado por un número significativo de personas de origen saharaui.
La mayoría de las familias tienen ancestros tanto de la costa mediterránea como del sur sahariano.
Mezcla cultural .
Muchas tribus del Sahara han desarrollado durante mucho tiempo las relaciones comerciales con las principales ciudades mediterráneas, como el comercio de la joyería tradicional tuareg muy antiguo en Marruecos.
De este modo se establecen, implementan y se integran en la cultura marroquí con los elementos característicos de la cultura de las tribus del Sahara .
La atracción que ejerce la atesanía saharaui es motivo para verla presente en el corazón de las principales ciudades de Marruecos.
Santos del Sahara en Marruecos.
Si bien es grande la influencia de Marruecos sobre el Sahara , especialmente a través de su historia política , una sucesión de alianzas entre los jefes de tribus saharauis con sultanes sucesivos de Marruecos, también puede hablarse de la influencia sahariana en Marruecos.
Las condiciones de vida nómada hacen que la incertidumbre sobre el futuro sea cotidiana, prácticamente se vive día a día. Esta inseguridad ha volcado a las tribus del Sahara hacia la religiosidad, a la que relacionan con su propio bienestar.
Por esta razón existe gran número de santos o morábitos oriundos del Sáhara, que están enterrados en ciudades marroquíes. A estas ciudades concurren los fieles saharauis, aunque también los veneran los marroquíes que comparten la misma religión. Algunos autores han calculado que la mitad de los santos enterrados en Marruecos provienen del Sáhara.
No hay comentarios:
Publicar un comentario